Lo que hacía falta

-Pregunta Juan si le regalamos una vela.
-Una me queda,  ¿por qué?
-Porque es el cumpleaños de Paula y la va a sorprender con un pastel hoy, a la hora del té.
-Qué detallista...deberías aprender un poco.
-¿Ya empezás con tus sarcasmos?
-No es eso, pero me doy cuenta que tú no tenés ese tipo de detalles conmigo.
-Pero quién te entiende mujer, si para tu cumpleaños te regalé un carro.  El que tanto te gusta.
-¡Sí el que vos usás ahora!
-En serio que tenés un arte para crear problemas...
-¿Sabés qué...? No quiero pelear.   Por fin hoy nos largamos de la ciudad, e intento pasar un buen día,  
 relajarme un poco...qué tanta falta me hace.
-¿Y eso, es una indirecta o qué?
-Ahh tomalo como querás, ya te dije que no quiero pelear.
-Claro, que conveniente...
-¿Ya encontraste la vela?
-Sí ya la llevo.
Eran alrededor de las diez cuando regresaron cansados al departamento.  Joaquín había sufrido un pequeño accidente esquiando en el agua y parecía tener la costilla rota. Mariana, en cambio, venía descansada, el sol había puesto color en su piel y las copas de vino habían soltado un par de carcajadas al viento.  Dejaron las maletas en la entrada, acostaron al bebé, bebieron un vaso con agua, se pusieron ropa de dormir y se acostaron sin decir una palabra.
Después de un par de horas, un fuerte ruido, que venia de las entrañas de la tierra, ensordeció a toda ciudad.
Los perros dejaron de ladrar, las aves volaron lejos y las estrellas inmóviles quedaron, mientras la tierra sin piedad se movía golpeándolo todo.  Los esposos saltaron despavoridos de la cama, dirigiéndose a la habitación del niño.  Mariana lo sacó rápidamente de la cuna y juntos, como pudieron, llegaron hasta el comedor.  El octavo piso, cual la cubierta de un barco, arrojaba todo lo que prendía de él: cuadros grandes y chicos, cristales finos y corrientes, comida, televisores, gavetas y muebles. Todo quedó en segundo, tercero y cuarto plano.  Mientras la familia formaba un corazón en el piso, el bebé en medio, uno frente al otro...y las paredes y divisiones empezaron a caer.  Impotentes, sus bocas repetían incansablemente, ¡ten piedad!
Después de unos minutos reconocieron sorprendidos que estaban bien. Se incorporaron como pudieron.
El departamento había perdido la forma por completo y todo, absolutamente todo estaba en completa oscuridad.  Un frío cruel envolvía la habitación, la calle, la zona, la ciudad, el país...

"Los amo",  dijo Joaquín y se besaron con los ojos llenos de lágrimas.
"La noche nos sorprendió enojados y lo único que nos hace falta ahora es una vela", lamentó Mariana.









Comentarios

Fede dijo…
Hola... ya no has escrito... espero tus próximos pensamientos, me gusta leerte
Muy buen cuento, Gilda.
GildaRodas dijo…
Gracias Fede y María del Pilar. Los tuyos también me encantan.

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