En pleno siglo XXX

Había una vez un hombre que ansiaba encontrar un vicio.  Tenía más de treinta años y la mitad de su vida la había gastado en trabajos, estudios y actividades extracurriculares que fomentaban el deporte y el arte, hasta que un día se cansó de esa vida tan vacía y poco esperanzadora, por lo que decidió cambiar. Lo malo era que no sabía cómo empezar. Desvelarse era un martirio, pues casi siempre despertaba a las cinco de la mañana cuando todos llegaban a dormir.  Se sentía activo y pleno.  Sus amigos le ponían trampas, pero simplemente no encontraba el tiempo para descansar un poco y tomarse tan siquiera un trago...Y no hablemos de los hábitos, todos totalmente asignados y con rutinas muy establecidas.  Pobre hombre, era un caso perdido.
Un día conoció a Cristina, una joven de diecinueve, llena de experiencias.  Era una DJ famosa y su aspecto palidezco y sombrío la situaban entre las mujeres más sexys del lugar.  Se compadeció de él y quiso ayudarle, le recordaba un poco a su padre.  Ella lo llevó a su primer pub, ahí Florencio probó por vez  primera el trago amargo del maguey e inhaló el suspiro de la hierba.
Sin embargo, la relación se hizo muy estrecha y ella empezó a sentir una atracción inesperada, no de tipo sexual a las que estaba acostumbrada y conocía bien.  Era una emoción nueva, intrigante y algo cursi. Florencio, mientras, perdía el miedo y después de algunos meses había logrado dominar, no uno, sino varios vicios.  Por fin era un hombre como todos los demás. Había revertido su destino y con suerte moriría pronto. 
Cristina en cambio, conoció el amor.  Sus cachetes sonrojados y húmedos por las cuantiosas lágrimas de desconsuelo, por el imposible amor que le tenía a Florencio, eran motivo de burla para todos en aquel equis lugar, quienes le gritaban en medio de las fuertes carcajadas:  ¡Sí que eres tonta! Todos sabemos que el Amor nunca muere.

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