sinfonía pour moi

Tuve una pésima noche. Los vecinos junto con su equipo de farra, decidieron honrar el karaoke y las mil y una voces. Así que como pude, al sonar el despertador, puse un pie en la alfombra redonda a la orilla de mi cama, pero en vez de sentir los acostumbrados pelillos, algo ligoso blando y frío se escurrió por toda la planta del pie. Grité aterrada y al abrir bien los ojos, un universo de colores que no conozco, se abrió ante mí.
¿Dónde estoy? -Mi corazón palpitó-
Quizás pasaron algunos minutos y yo permanecía aún inerte y anonada. Lo más extraño, y vaya que todo era extraño ya, fue que no escuchaba nada.... nada, ni siquiera el sonido de la nada. Decidí mover los dedos de los pies, apretándolos fuerte sobre aquello que me sostenía pero que evidentemente no era, tierra, agua o algún otro material que yo conociera y me atreví a dar un paso..., al hacerlo, se escuchó como si un gigante tocara la tecla de un piano enorme, invisible y fantástico. Así que moví el pie izquierdo también hacia adelante y un Fa -quizá-, armonizaba junto con el Do que todavía resonaba en aquel enigmatico lugar, dónde aparentemente me encontraba sola.
Seguí moviendo un poco más el cuerpo y por cada pestañazo, gesto, o articulación aparecían sonidos tiernos, alegres, algunos tristes y otros potentes. Era fascinate, pues toda yo estaba orquestando una sinfonía de otro mundo. Corrí, baile, salté. Cerré y abrí los ojos al compás de mis chasquidos y las caderas de izquierda a derecha mientras sacudía mi cabello, reí como nunca. Reí como loca.
Cuando me cansé, me tendí sobre aquel pasto ligoso, si es que le puedo llamar pasto. Mientras jadeaba cada vez menos y menos intenso, los sonidos también empezaron a desaparecer y ser casi imperceptibles.  Después de un rato, en el silencio tuve miedo.
Cerré los ojos entonces para no pensar en aquél miedo y traté de concentrarme en algo que me devolviera a casa. Pensé que quizás todo se trataba de una maravillosa pesadilla y que al abrir los ojos, después de concentrarme lo suficiente, volvería aparecer sobre mi cama.

Ding, dong - súbitamente escuché-
Era mi vecina, que quería disculparse. Me traía un pedazo de torta, del día anterior.
No te disculpes, le dije. Mas bien gracias, aunque no lo creas la pasé muy bien aquí, desde el otro lado.




Comentarios

Entradas más populares de este blog

Victoria

La adversidad

Tiempos difíciles