De las palabras que no te regalé

Teníamos veintitrés y los dos no dábamos ni un paso acertado. Él, a la penitenciaría y yo huérfana. No sé cuál es peor, pero eso es lo que nos tocó vivir en ´97.  Lo cierto es que los dos éramos lo único que quedaba de la magia y felicidad, que creíamos poseer. Pronto un fuego abrasador e incontrolable, nos robaría todo.
Beberíamos por fin el trago amargo de la adultez. Nuestra hora había llegado y no teníamos reloj, manual, ni mucho menos armadura. Nuestras manos, antes enfebrecidas, sostendrían ahora el peso de las consecuencias y dejaríamos, así de romplón, hacer castillos en el aire.

Entonces me preparé para ir a verlo, me pidió que le llevara algo de leer: un libro inteligente, dijo.  Llegué a la librería y salí llorando.  Respiré y volví a entrar,  esta vez no saldré con las manos vacías, me dije un tanto enojada. Tuve que recurrir al consejo de la señorita. No tenía la menor idea qué llevarle. Me preguntaba, qué libro puede un poquito recordarle que le quiero, recordarle que la vida es bella, y que no todo estaba perdido... Así que lloré aún más por dentro y la señorita hizo lo que pudo.  Terminé llevando algún bestseller gringo, de esos que cuentan historias policíacas. ¿Apropiado para la ocasión? vaya a usted a saber. ¿inteligente? qué pena, pero no.  ¿Necesario? para mí quizás, en ese momento.

Él con su audaz sonrisa lo aceptó y luego nos olvidamos del libro. El abrazo y el beso que nos dimos fue más que suficiente.

Hoy, después de cien libros, cincuenta canas, veinte años, dos hijos y un pasado, me encontró entre tantos recuerdos una tarjeta pintada con acuarela, con colores suaves: una hermosa casa de madera, blanca, a la orilla de un río. Delicadamente delineada, sobre un papel suave y con textura. Pude sentir entonces el tiempo y la dedicación que empleó en ella, que dedicó para mí.  Reí como loca al recordar en cambio el estúpido regalo que yo le hice.  Y lloré como niña al sentirlo de nuevo entre mis dedos. Pensé que el destino se le parece mucho a esa casita blanca y perfecta que él me regaló y que ahora ambos poseemos aunque estemos tan lejos el uno del otro. 
          Supongo que cuando busques en el baúl de tus recuerdos, no encontrarás nada sobre mí.  Por eso hoy quiero escribirte una casita, nuestra casita.  Recorre sus líneas despacio cuando te sientas lejos de ti.  Busca entre nuestros cuartos, las dos o tres noches que pararon nuestro tiempo dejándolo perfecto, pálido, suave.  Busca en sus ventanas el aliento que nos lanzó lejos para respirar de nuevo, nuevos aires en el destierro.  Ve a la chimenea y enciéndete de nuevo con furia y con locura, ¿por qué no? Corre descalzo por los verdes de la entrada y ríe como niño travieso y santo. Sumérgete desnudo en el río de aguas claras, el que siempre corre sin prisa, el que transforma y purifica. Nada profundo hasta encontrarte con mi corriente de agua tibia y dulce, y tómame a sorbos como antes, como siempre.

¿Me lees ahora? ¿Cómo estás?



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